El otro lado del espejo

Empezare afirmando algo con absoluta certeza: David Fincher rara vez se equivoca en sus proyectos. Su reputación previa le sirve para diferenciarse del resto. El no necesita comparaciones, únicamente se reta a si mismo y consigue superarse con cada rodaje. Numerosos ejemplos así lo demuestran: la reciente House of Cards, la sórdida Seven, la redonda Zodiac o la infravalorada pero exquisita El Curioso Caso de Benjamin Button, por decir algunas. Un director que ha sumado con los años, que es capaz de crearnos un micromundo en el que ser participes de algo grande, algo solo al alcance de muy pocos elegidos.

Sin embargo, visto el amplio abanico de emociones que Fincher nos ha brindado en los últimos tiempos, es evidente que es el thiller el genero donde mejor sabe moverse, donde juega con nosotros sin reparo, planteando enigmas y preguntas para muy pocas respuestas.

El thriller. Estilizacion, violencia, sexo, un toque de humor negro y una atmósfera aplastante. Todo eso es Perdida, todo lo que define al cine de su autor. Dos personajes al otro lado del espejo, oscuros, desconcertantes, atrayentes, mordaces… y humanos. Un David Fincher desatado que nos demuestra su capacidad innata para exprimir a sus actores, regalándonos a una Rosamund Pike extraordinaria, magnética y salvajemente bella al que acompaña un Ben Affleck hecho para caminar estas sendas. Nunca antes se había visto a un Affleck tan formidable, tan seguro de lo que le piden y lo que puede llegar a hacer.

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Fincher nos narra la desaparición de Amy (Rosamund Pike), una joven recién casada que vive en un barrio residencial de clase media junto a su marido, Nick Dunne (Ben Affleck). La vida ha ido a peor para Nick y Amy desde que se enamoraron en Nueva York hace unos años, y ya no son la pareja más cool de Manhattan, ni están locos el uno por el otro. Lo que ocurrió en su matrimonio y lo que ocurre después de la desaparición de Amy, cuando recaen sobre Nick las sospechas de haberla asesinado, se nos cuenta a través de dos puntos de vista: el de la propia Amy y el que construyen el director y la guionista para relatarnos la historia de ambos y de “lo que se hacen el uno al otro”.

Este es el eje sobre el cual la historia gira. El matrimonio en su expresión más feroz, donde los aspectos que suelen quedar en lo más recóndito del rincón más oscuro de cualquier pareja, son elevados aquí a su máxima expresión. Control, manipulación, despecho y chantaje emocional inherentes al amor extremo y enfermizo nos hacen vibrar, dudar una y mil veces de cada personaje, sorprendernos con la desquiciada y cruel irracionalidad que Fincher nos va presentando durante el metraje.

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Porque lo que ofrece Perdida, ante todo, es un sobrio thriller psicopático sobre el poder destructivo del amor incondicional, una versión simplificada y concisa, a veces demasiado, del material original, dada la cantidad de detalles y  subcapas argumentales que éste atesora y que podrían haber alargado hasta el cansancio a la película, que ya con lo que tiene dura dos generosas horas y media.Eso sí, un extenso metraje que se pasa en un suspiro gracias a la genial mano  para el montaje de David Fincher, que aquí no alardea de proezas audiovisuales porque el material de partida ya es lo suficientemente potente para impactar, con la siempre sugerente banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross, y alguna  decisión de casting arriesgada y discutible, pero perfectamente calibrada y necesaria.

De la mano de un guión que no nos nos da un respiro asistimos no solo a la brillante resolución de las sucesivas intrigas, a cuál más sorprendente, sino a la construcción de un final que, en su aparente minimalismo, nos resulta más  brutal aún que ninguna escena anterior. Un final que te deja absorto, ido, pensativo, con dudas morales mas allá de él. David Fincher, uno de los mejores artesanos de nuestros días, lo ha vuelto a hacer. Nunca fue mejor el hecho de estar perdidos.

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