¿Coincidencia o destino?

Nadie le dijo al director indio M. Night Shyamalan que, allá por el lejano año 1999, tras el revuelo (con razón) que provocaría con el estreno de su segundo largometraje, El Sexto Sentido, el resto de su carrera cinematográfica iba a ser minuciosamente observada y comparada con esta última. Aunque no tengo nada que reprocharle a esta famosa cinta sobre fantasmas, he de dejar claro que no me parece el cenit de toda su obra hasta el momento. A sabiendas de que se trata de un director demasiado irregular, pienso que todo el escrutinio y presión a la que fue sometido a partir del comienzo del siglo XXI llevó a Shyamalan a ir perfeccionando su cine, su manera de narrar y dar forma a su verdadera obra maestra, que aún estaba por llegar.

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Corría el año 2002 cuando por fin llegó el estreno en grandes salas de Señales, cuarto trabajo del realizador y personalmente, su cima como creador de historias. Todo aquí fluye como la seda para ofrecernos un trabajo sobresaliente, que por momentos roza lo magistral, y cuyo ritmo no decae en los 107 minutos de su metraje total.

La historia nos presenta a Graham Hess (Mel Gibson) un sacerdote protestante que reside junto con sus dos hijos y su hermano Merrill (Joaquin Phoenix) en una granja a las afueras de una pequeña localidad eminentemente rural. Graham, tras un accidente de tráfico en el que su esposa pierde la vida, abandona sus votos y deja de lado cualquier atisbo de fe. Una mañana, tras el descubrimiento por parte de uno de sus hijos de unos extraños símbolos de gran tamaño en los campos de maíz que rodean la citada granja, su visión de lo que le rodea cambiara por completo.

Son estos símbolos y su procedencia aparentemente extraterrestre, el macguffin que Shyamalan utiliza para ponernos en la situación de las creencias y consecuencias que pueden tener tal descubrimiento ante un hombre que reniega de su religión tras el fallecimiento de su esposa.

Son la fe y el amor, este último tema capital en la totalidad de la filmografía del cineasta, los hilos que soportan una historia simple pero altamente efectiva. Puedo contar con los dedos de una mano las películas que, en la total oscuridad de una sala de cine, me han hecho estar tan tenso y atemorizado como ésta.

La presión que se ejerce sobre el espectador es tan real, tan creíble, que vivimos con Graham su particular revelación alienígena, centrada en su pequeña granja, como si todo el planeta girara alrededor de ella. Su afán de supervivencia ante los hechos que se les presentan es de tal fuerza que consiguen traspasar la pantalla.

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Porque tan solo tenéis que recordar la expresión de autentico terror en el rostro de Joaquin Phoenix cuando ve por televisión el vídeo casero grabado por el niño brasileño en su cumpleaños. Porque cuando el personaje de Mel Gibson recoge la linterna del suelo cuando caminaba por los campos de maíz, huyendo despavorido ante lo que ve, somo también nosotros los que corremos sin mirar atrás ante el descubrimiento de lo inexplicable.  Por todo lo que ocurre en el sótano de esa aislada granja. Porque nos ponemos en la piel de ese padre que, aún en momentos límites como los que se le presentan, consigue calmar a su hermano con uno de los mejores monólogos que he podido escuchar en un cine.

El mundo tiene dos tipos de personas. Y cuando ocurre algo afortunado, los del primer grupo lo consideran mas que suerte, mas que casualidad. Lo consideran una señal. Un prueba de que hay alguien ahí arriba cuidando del ser humano. La otra gente lo considera pura suerte, un feliz giro del azar. Seguro que la gente del segundo grupo esta observando esas catorce luces con recelo. Para ellos, la situación esta mitad y mitad. Podría ir mal… o bien. Pero en el fondo, sienten que pase lo que pase, están solos. Y eso les llena de temores. Si, es lo que piensan. Pero luego hay cantidad de gente del primer grupo, que cuando observan esas luces están viendo un milagro, y en el fondo sienten que pase lo que pase, habrá alguien ahí arriba para ayudarles. Y eso les llena de esperanza. Lo que debes preguntarte es en que grupo estas tu, ¿eres de los que ven señales, de los que ven milagros?, ¿o bien crees que la suerte de la gente es aleatoria? O, plantéatelo así: ¿Es posible que no existan las coincidencias?.

Son todos esos pequeños momentos, unidos, los que forman una cinta que con cada nuevo visionado me parece mas grande, y que durante todo su metraje nos va dejando pistas falsas que tendrán su razón de ser durante los últimos 10 minutos de película. Un círculo perfecto, éxtasis del que también es responsable James Newton Howard, que consigue ponernos los pelos de punta con cada nota que aporta, logrando una cohesión perfecta llegado el tramo final del largometraje. Realmente inquietante, Howard se convierte en un personaje en la sombra, el quinto miembro de la familia.

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Siluetas, apariciones fugaces, pisadas, sombras, reflejos. ¿Estamos solos en este planeta? No le tenemos miedo a una invasión extraterrestre. Señales es un drama de fe. El guión (del mismo Shyamalan) juega con los miedos infantiles y el dolor emocional del adulto en una forma pocas veces vista, por lo menos en la cinematografía actual. No es más que cine comercial actual con tintes añejos y regusto de cine clásico, ese por el que no pasan los años y se mantiene vigente años después. Una gozada de experiencia, como sólo las mejores consiguen.

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