Ahora que se acerca Halloween y es inevitable ver rostros demacrados, vampiros y todo tipo de aberraciones del más allá en escaparates y pantallas, he recordado que en mi infancia el día 1 de noviembre era muy diferente a los de ahora. No existía Halloween, al menos en España, y mis amigos y yo los conocíamos tan solo por las referencias en series y películas norteamericanas. No he podido evitar pensar que me hubiera encantado esta fiesta de niño y eso me ha hecho pensar en cómo, de vez en cuando, mis amigos y yo hacíamos escapadas al reino del terror alquilando películas del género, pasándolas canutas y en grande a la vez, mientras nos atiborrábamos de aperitivos salados y refrescos. ¿Suena tópico y poco saludable? Es posible, pero es la verdad. Toda esta reflexión me trae de forma contundente el recuerdo de Creepshow una película que, de alguna manera me marcó y que, creo, influyó para que de ahí en adelante, me convirtiese en un gran aficionado al género en sus diversas representaciones.
Debió ser en 1983, más o menos, con lo que yo tendría unos diez años. Recuerdo con cristalina claridad la portada de un cómic colgado con dos pinzas de una cuerda en el escaparate de un kiosko en la ruta diaria. Cada día pasaba por delante y se lo pedía a mi madre y cada día mi madre tiraba de mi brazo y me alejaba de él. Lo pedí mil veces y mil veces mi madre se negó a comprármelo. Normal. Aquella portada pertenecía al número especial del Creepy editado por Toutain que coincidía con el estreno en salas de la película y le dedicaba la portada y una historia central, concretamente El día del padre.
Debí dar tanto la brasa que, increíblemente, mi madre terminó por comprarme la maldita revista. Reconozco que no recuerdo muy bien qué otras historias aparecían entre sus páginas pero nunca olvidaré, precisamente, esa historia central a todo color. ¿Habéis sentido alguna vez cómo el miedo van entrando en el cuerpo de forma lenta, suave y dolorosa, como en una inyección de penicilina? Pues eso me pasó a mi página tras página y cuando el cadáver del viejo, putrefacto por el paso de los años, se levanta de su tumba, con las cuencas de los ojos llenas de gusanos al tiempo que grita «¡¡quiero mi tartaaaa!!» creí que me moría de terror. Cerré el tebeo y lo escondí debajo de un cojín del sofá y ahí se quedó durante muuucho, mucho tiempo.
Si uno de los placeres de la niñez es descubrir cualquier cosa nueva, la adolescencia cuadruplica ese placer si era, además, algo prohibido. Creepshow, pronunciado «crepsob» por nuestras púberes bocas, era una película de terror por segmentos alquilada por el hermano mayor de un amigo y que, según presumía, era la película más terrorífica y asquerosa del mundo. ¿Terror y asco? ¿Quién podía resistirse a asistir a semejante encuentro, un sábado por la tarde sin adultos y con unos valores a por los que apostar siempre? A día de hoy, siendo ya un adulto con toneladas de cine de terror sobre las espaldas, veo la película con una mirada muy diferente, pero sigo sin poder resistirme a su atmósfera y espíritu maravillosos. Puede que en los 80 solo viese una tremenda peli de terror y asco (y risa también, no lo olvidemos) pero hoy veo en Creepshow una representación del amor que sentían George A. Romero y Stephen King por aquellas historias con las que habían crecido y que les habían empujado a convertirse en profesionales de lo espeluznante. Creepshow, por supuesto, es una de mis recomendaciones para este Halloween. Creo que también la veré yo.
Anecdotario:
1. Recordaréis que la película empezaba con una discusión entre un padre y su hijo por los cómics de terror que lee el niño. Pues ese niño no es otro que Joe Hill y para los neófitos diré que Joe Hill es un autor de novelas, cuentos y cómics de terror que está teniendo bastante éxito últimamente. Por su «El traje del muerto» se le ha llegado a llamar «el nuevo maestro del terror» y se le compare sin sonroja con el padre del terror moderno, Stephen King. Hill dedica su libro a su padre, «uno de los grandes». Y es que, curiosamente, el padre del terror, es decir, Stephen King, es, literalmente, el padre de Joe Hill, que en Creepshow aparece como Joe King. Justo este mes de octubre han editado en España dos narraciones escritas a dos manos por padre e hijo, «En la hierba alta» y «Un rostro en la multitud».
2. En el segmento La solitaria muerte de Jordy Verril, el propio King se daba el capricho de interpretar a este personaje, un borracho paleto que por pura idiotez terminaba siendo víctima de los efectos de un meteorito un tanto especial. Por aquella época el escritor estaba en su mejor momento profesional y, por otro lado, ya atrapado por el alcohol y la drogas. Jordy Verril y Stephen King solo se diferenciaban en que uno era un hombre de éxito y el otro un desgraciado marcado por la mala suerte, pero, en esencia, eran algo muy parecido. King se cebaba sin piedad con su personaje y Jordy , del alguna manera, años más tarde volvió para vengarse del autor cuando a finales de los 90 el escritor ya se había rehabilitado por completo y gozaba de una vida bastante más saludable que la de las últimas dos décadas fue atropellado por un paleto borracho que casi le manda al otro barrio. Un Jordy Verril en toda regla.
Qué suerte tiene el mundo de que hayan seres tan poco convencionales como Stephen King. Quizá exagere pero creo que el cine moderno de terror, sin su mente truculenta, no sería lo mismo.
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Impresionante reseña Jos, uno de los títulos iconicos de mi niñez, espero que te animes a hacer lo mismo con la siguiente entrega de la saga, estaré encantado de leerla. Un saludo tío.
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